Ser tomada por granito. Ursula K. Leguin.

A  veces me toman por granito. A todos nos toman por granito alguna vez, pero no estoy de 

humor para ser justa con los demás. Estoy de humor para ser justa conmigo. Me toman por 

granito bastante a menudo, y me molesta y me aflige, porque no soy granito. No estoy segura 

de qué soy, pero granito sé que no. He conocido a algunas personas de granito, como todos: 

con un carácter de piedra, rectas, inamovibles, inmutables, con opiniones del tamaño y la 

forma de las Montañas Rocosas, cantera que hay que excavar durante cinco años para extraer 

una sola sonrisita pétrea. Eso está bien, es admirable, pero no tiene nada que ver conmigo. Lo 

recto está bien, pero yo soy más bien retorcida.

No soy granito, y no debería tomárseme por tal. No soy sílex ni diamante ni ninguna de esas 

estupendas materias duras. Si soy piedra, soy una clase de piedra de pacotilla y quebradiza 

como la arenisca o la serpentina, o quizá el esquisto. O ni siquiera roca sino arcilla, o ni siquiera 

arcilla sino barro. Y ojalá los que me toman por granito me tratasen de vez en cuando como al 

barro.

El barro es realmente muy distinto del granito, y debería tratarse de otro modo. El barro se 

queda en su sitio, húmedo y denso y pringoso y productivo. El barro está bajo los pies. La gente 

deja huellas en el barro. Como barro acepto los pies. Acepto el peso. Trato de dar apoyo, me 

gusta ser acomodaticia. Los que me toman por granito dicen que no es así, pero no han prestado 

atención a dónde ponían los pies. Por eso la casa está toda sucia y llena de pisadas.

El granito no acepta las huellas. Las rechaza. El granito crea pináculos, y luego la gente se 

ata con cuerdas y pone clavos en sus zapatos y escala los pináculos con mucho esfuerzo, costes 

y riesgos, y quizá sienten una gran emoción, pero el granito no. No se produce nada en absoluto, 

y nada en absoluto cambia.

Cosas enormes y pesadas vienen y se instalan sobre el granito y el granito simplemente se 

queda en su sitio sin reaccionar ni ceder ni adaptarse ni ser complaciente, y cuando las cosas 

enormes y pesadas se mandan mudar el granito sigue en su sitio igual que antes, exactamente 

igual, admirablemente. Para alterar el granito hay que hacerlo estallar.

Pero cuando la gente camina por encima de mí se ve exactamente dónde han puesto los pies, 

y cuando vienen y se instalan encima de mí cedo y reacciono y respondo y dejo pasar y me 

adapto y acepto. No se precisan explosivos. Tengo mi propia naturaleza y le soy fiel tanto como 

el granito o incluso el diamante lo son a la suya, pero la mía no es dura, ni recta, ni parecida a 

una gema. No se fragmenta. Es muy impresionable. Es blandengue.

Tal vez la gente que se ata con cuerdas y las cosas enormes y pesadas no se llevan bien con 

un suelo tan adaptable e incierto porque las hace sentirse inseguras. Tal vez tienen miedo de 

ser chupadas y tragadas. Pero a mí no me interesa chupar, y no tengo hambre. Solo soy barro. 

Cedo. Trato de acomodarme. Y así, cuando la gente y las cosas enormes y pesadas se marchan, 

no han cambiado, salvo porque tienen barro en los pies, pero yo sí he cambiado. Sigo aquí y 

sigo siendo barro, pero estoy llena de pisadas y huecos hondos y huellas y alteraciones. Me han 

cambiado. Tú me cambias. No me tomes por granito.

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